En plena época de guerra de pandillas,
cuando el vecindario se encerraba temprano en sus casas y nadie extraño
circulaba por la zona; un sencillo pero valiente predicador ambulante instaló
sus bocinas y junto a un pequeño grupo de acompañantes, comenzó a predicar:
Exhortando a los jóvenes a dejar los
malos caminos y buscar a Dios; y liberando la zona de las fuerzas negativas y
espíritu de violencia.
Los aristo-religiosos podrán decir cualquier
cosa; pero ahora, en aquella comunidad se respira un aire de tranquilidad, los
niños juegan en la calle, llegan vendedores y la noche ya no da pavor.