Como si la inclusión
estuviera determinada por palabras, se está degenerando el grandilocuente
idioma español a adefesios que suenan a “chambonada”.
Es una hipocresía querer
cambiar el idioma por “los” y “las” mientras se siguen negando a ellas las
curules, las jefaturas, las candidaturas; y siguen elevándose alarmantemente
las cifras de maltrato femenino en los hogares.
La misma RAE ha
explicado hartamente que el idioma es genérico y no sexual; por lo tanto es
inclusivo. Disgregarlo lo vuelve exclusivo, disonante, ineficiente y por lo
tanto erróneo.
La inclusión no es una burda atrofia de
palabras; son hechos con resultados medibles.