El verdadero espíritu de la promesa de
Jesucristo: “Donde se encuentren dos o tres reunidos en mi nombre, ahí estaré1”,
tiene a la base un principio lógico sencillo: Si Dios es el Creador2
de toda persona solo basta que tengamos el propósito de comunicarnos con Él,
invocándole, para que pueda escucharnos.
No necesitamos reglas protocolarias
porque con su sacrificio, el velo3 de la religiosidad fue roto y
ahora tenemos acceso directamente a su presencia.
Al poder económico y poder manipulador
de la religiosidad no le conviene que las personas descubran que ya no los
necesitan para comunicarse con su Creador.
(1Mt.18:20; 2Sl.104:24;
3Hb.3:4;3; Mt.27:51)