sábado, 28 de marzo de 2020

153-ABUSOS DE LA CUARENTENA

Había escuchado decir que el peor enemigo de un ciudadano (omito nacionalidad por no denigrar a mi propio país) es otro ciudadano. Y lo había tomado solo como un decir, aun cuando en el caminar por la vida, me iba encontrando con verdaderos casos de gente de muy mal corazón.
No obstante, mi buena voluntad y mi formación cristiana me hacían pensar que solo se trataba de casos aislados; en fin la cizaña crecería junto al trigo hasta la ciega.
Pero con esto de la pandemia y la suspensión de los derechos ciudadanos, pasaron algunas cosas que a cualquiera harían revisar el concepto de la brutalidad con que la gente actúa en detrimento de otras personas, sin ningún tipo de consideración sobre el daño… bueno, esto pensando en la buena voluntad; pero quizá sí, si existiese gente mala, es entendible que puedan actuar con tan mal propósito.
Como el ingreso al país estaba condicionado a pasar por una cuarentena para detectar si las personas no venían portando el virus, muchos, creyéndose muy listos, buscaban evadir la cuarentena ingresando al país por los llamados puntos ciegos, es decir, sin pasar por el respectivo registro migratorio.
Esta gente representaba el mayor riesgo de infestación al interior del país, principalmente cuando provenían de uno de los países más afectados; ciertamente, hasta los primeros tres meses del año, las medidas restrictivas habían logrado contener la propagación del virus al interior del país; y los casos confirmados eran de personas dentro de los albergues.
En este sentido, la población había estigmatizado a toda persona que pasaba por puntos ciegos como una especie de demonio, según las expresiones de repudio manifestadas por las masas por medio de las redes sociales.
No cabe duda, que una buena razón se tenía, en el sentido de que estas personas, por no sacrificarse a pasar un tiempo en observación por su propio bien, el de su familia y el del país entero, tomaban una decisión temeraria sobreponiendo su comodidad en detrimento de la seguridad sanitaria de toda una nación. En general, entonces, se trataba de un repudio bien ganado.
A estas alturas, decir que alguien se había pasado por un punto ciego, era considerado como una especie de terrorismo y hasta de pánico sobre esa persona.
Bajo ese ambiente, alguien me comentó sobre el caso de una madre abandonada con sus hijos, que aprovechando la situación, denunció a su marido, de que había pasado por un punto ciego; por lo cual la policía se lo había llevado a cuarentena.
En principio, no dejó de causarme gracia por el trasfondo del caso; y hasta pensé que se trataba de una broma; total, la policía debía tener algún protocola de verificación antes de encerrar a alguien.
No obstante, mi sobresalto fue mayúsculo, cuando en esos días nos dimos cuenta que la policía había llegado a la casa de una persona muy cercana nuestra. Alguien lo había denunciado que había entrado por un punto ciego.
Nosotros conocemos muy de cerca al muchacho y podemos dar fe que no había salido del país ni en el presente año, ni en el anterior; y quizá nunca. Pero el interrogatorio de la policía era agresivo e implacable, no había lugar para explicaciones, justificaciones o comprobaciones de ningún tipo.
Recordemos que nos encontrábamos bajo un Estado de Excepción en donde todas las garantías ciudadanas y los mismos derechos humanos se pierden.
Por más, que el muchacho quiso explicarles y demostrarles que no había salido del país, los policías implacablemente realizaron el procedimiento levantando un informe y advirtiéndoles que no salieran de la casa porque regresarían luego de verificar la información.
Pasaron unos cuantos días, y pensamos que habían verificado que la denuncia era falsa y que además, no tenían ningún tipo de prueba, como por lo menos la salida por migración, para justificar algún ingreso ilegal; pero no fue así; regresaron, y esta vez con más agresividad; de tal manera, que ya ni acercarse al joven querían porque lo consideraban un potencial “sospechoso” de portación del miserable virus.
El muchacho locuazmente les invitó a presentarle pruebas y además, él mismo les presentó la prueba irrefutable de su GPS en su teléfono móvil, a fin de que verificaran sus ubicaciones y comprobaran por donde efectivamente se había desplazado todo el tiempo anterior.
Pero nada sirvió, aún él presentando su bitácora y exigiendo pruebas, fue condenado sin ningún tipo de defensa. Horas de razonamiento en vano, mil explicaciones de sus movimientos con su familia y en la iglesia no sirvieron para nada. Es más, hasta un vecino, al ver las patrullas frente a la casa, se acercó en apoyo al muchacho y les certificó a los policías de que el joven no había salido del país; pero aun así, fue imposible hacerlos entrar en razón o por lo menos que tuvieran el mínimo sentido común de considerar la posible inocencia del “condenado”.
Los mismos policías, llamaron al número de teléfono habilitado para informar de casos sospechosos y proporcionaron los datos del joven como sospecho por haber ingresado por punto ciego y le aperturaron un registro en el sistema para darle seguimiento. Con esto, esperaría a que le llamaran de esa oficina para continuar con el proceso. En otras palabras, había sido condenado sin haber sido vencido en ningún tipo de juicio.
La indignación se apoderó de todos los familiares y conocidos, por la injusticia y por la negligencia de las autoridades al no presentar ningún tipo de prueba sobre el posible “delito”, no más porque alguien había tenido la mala intención de denunciarlo.
Con los ánimos por el suelo y luego de mucha reflexión y atar de cabos, pudo establecer que en su lugar de trabajo desde hacía un tiempo había venido teniendo una relación laboral tensa y que ya habían realizado algunas acciones atentatorias contra su persona; por lo que no quedaba duda que la maldad, la calumnia, el falso testimonio había venido de su propia jefa, aprovechando la histeria y debilidad de los procedimientos de las autoridades.

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