La
apostasía, la confusión religiosa y la flojera espiritual nos han hecho
conformarnos con ir a la iglesia y ponernos el epíteto de cristiano o algo
similar.
Llegamos
al extremo de autollamarnos cristianos sin siquiera leer la Biblia; y
temerariamente hasta llegamos a dudar de su autoridad como guía espiritual.
Por
eso, cuando nos preguntan si somos santos, dudamos; es lógico: no lo somos.
Pero
en la iglesia primitiva así se llamaban porque así vivían.
Pablo
así los llamaba desde que los perseguía y luego en todas sus epístolas.
Es que el evangelio genuino nos hace diferentes;
nos hace santos.